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Notas sobre el fascismo siquiátrico

por Don Weitz (Toronto, Ontario)

 

 

traducido por César Tort

Por casi ciento cincuenta años la siquiatría se ha puesto la careta de una ciencia médica y de una rama de la medicina, pero no ha sido y nunca fue una ciencia o una forma de cuidado de la salud. La siquiatría moderna está basada en suposiciones empíricas no probadas, puntos de vista médicos tendenciosos y opiniones seudocientíficas. No existen hechos científicamente establecidos o independientemente comprobados en la siquiatría. De hecho, la siquiatría no tiene leyes o hipótesis que puedan ser sometidas a la experimentación. Tampoco tiene una teoría coherente y comprensiva. Es de notar el hecho que la siquiatría carece de pruebas o evidencias que respalden sus afirmaciones y eslóganes en los medios de comunicación sobre la "enfermedad mental".

Después de setenta años de investigación y praxis siquiátrica, todavía no existe una prueba de laboratorio para la esquizofrenia o cualquiera de los otros trescientos trastornos del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM). Este manual es básicamente una lista de juicios morales clasicistas sobre conductas supuestamente anormales, publicado y propagado por la Asociación Psiquiátrica Americana (APA). El DSM es la Biblia oficial de la siquiatría organizada; es el equivalente del Malleus Maleficarum de la edad media con el que los inquisidores españoles identificaron, estigmatizaron y quemaron a los herejes. Las brujas, los herejes y los chivos expiatorios de hoy son etiquetados de mentalmente enfermos o esquizofrénicos.

La siquiatría hospitalaria con su política de control de internos mediante programas de modificación de conducta de alto riesgo, "tratamientos" biológicos, sujetadores físicos y mecánicos, puertas cerradas y pabellones, además de los cuartos de reclusión y aislamiento, siempre ha exhibido características fascistas. Quisiera enfocarme en tres: el temor, la fuerza y el fraude. Éstos son los principios que guían la política en el control de aquellos ciudadanos y grupos cuyo gobierno y autoridades, incluyendo la policía y los llamados expertos en salud mental, juzgan como disidentes, problemáticos o difíciles de controlar. La siquiatría hospitalaria es muy similar al sistema de una prisión. En la prisión o en el sistema carcelario se han usado siquiatras como consejeros para diseñar peligrosos programas de modificación de la conducta, además de realizar experimentos de alto riesgo sobre los prisioneros. Tanto el sistema siquiátrico como el sistema carcelario sistemáticamente usan el temor, la fuerza y el fraude con fines de control social y de castigo — no para tratar o rehabilitar, palabras que son eufemismos. Es obvio, o al menos debiera serlo, que el tratamiento forzado es, de hecho, castigo. Éste generalmente es cruel y por lo mismo debiera ser prohibido en Estados Unidos bajo la octava enmienda constitucional. Virtualmente todos los tratamientos en los servicios siquiátricos son forzados o se administran sin el consentimiento. Se administran contra la voluntad del "paciente" — un prisionero en realidad — y se obtienen mediante la amenaza de represalias más graves. Y cuando se obtienen su consentimiento, se hace manteniendo al "paciente" ignorante de los graves riesgos y de las alternativas que podría tener. Hablar de consentimiento informado en la siquiatría es una burla: no existe.

Temor/terror. "El terror actúa poderosamente sobre el cuerpo a través de la mente y debe emplearse para curar la locura. El temor es acompañado del dolor, y la sensación de ignominia algunas veces ha curado la enfermedad". Eso fue escrito en 1818 por el Dr. Benjamín Rush, el padre de la siquiatría americana y el primer presidente de la APA, cuyo rostro aún aparece en el sello oficial de la APA. El Dr. Rush era un partidario del terror mediante la camisa de fuerza, la silla tranquilizante y el "temor de morir" de muchos internos en asilos para lunáticos en el siglo diecinueve. Rush encarceló a su propio hijo en uno de sus asilos. ¡Menudo padre!

El temor es un poderoso incitador que convierte a la gente en conformes, obedientes y sometidos a la autoridad. Históricamente, el inducir y el manipular el temor o el terror enmascarado siempre ha sido lo que distingue a regímenes fascistas como la Italia de Mussolini, la Alemania bajo Hitler y la Unión Soviética bajo Stalin; de hecho, lo que distingue a cualquier dictadura. La amenaza de castigo, de tortura o de ser asesinado es suficiente para despertar temor y terror en la mayoría de nosotros. O hacemos lo que se nos dice o —

Tal como se usa en la siquiatría, el temor o el terror es más selectivo pero está difundido, y es un recurso poderoso. En la institución, el siquiatra generalmente recurre al chantaje para controlar a los pacientes más "incontrolables" o rebeldes. Los siquiatras y terapeutas amenazan a sus pacientes con encarcelamientos más prolongados o con dosis más altas de neurolépticos o "antidepresivos" y/o amenazan con transferencias a instituciones de máxima seguridad si uno no se comporta, falla en obedecer las órdenes del doctor, rehusa tomar los "medicamentos" o seguir las reglas de la institución o hacer cualquier cosa que moleste a los carceleros. Estas amenazas dirigidas a los pacientes involuntarios y cautivos generalmente infunden temor en muchos de ellos, y los siquiatras lo saben. Por ejemplo, hace algunos años algunos activistas, pacientes y expacientes del Queen Street Mental Health Centre, el hospital o psico-prisión de Toronto de mala reputación, me dijeron que los siquiatras los habían amenazado que si no se calmaban los transferirían al Penetang: la división de Oakridge Penetanguishene Mental Health Centre, un lugar de máxima seguridad en Ontario para modificar la conducta, conocido por su trato duro y brutal. Penetang era y es conocido como sinónimo de castigo, una de las psico-prisiones más bárbaras del Canadá. Debió haber sido cerrado hace muchos años, espacialmente después de un severísimo reporte sobre sus abusos por el siquiatra Steven Harper.

Amenazar a los pacientes con sujetadores físicos o celdas de aislamiento también es muy efectivo para provocar pánico. Virtualmente en cada pabellón o unidad siquiátrica hay un lugar eufemísticamente llamado "El Cuarto Silencioso", un cuarto desnudo y vedado parecido a una celda con un colchón y lavabo, generalmente sin escusado ni mantas o sarapes. Acostados en el cuarto silencioso, a los prisioneros algunas veces se les restringe con correas de cuero, sujetadores de dos a cuatro agujeros bien apretados alrededor de las muñecas y/o en los tobillos de manera que apenas puedan moverlos por horas. La sola amenaza de la pérdida de la libertad, internamiento involuntario o de ser encerrado en un pabellón siquiátrico o institución contra tu voluntad, y sin juicio o audiencia pública, es suficiente para asustarnos. En virtualmente cada provincia y territorio de Canadá el criterio para ser confinado es éste: un juicio personal de enfermedad mental, un juicio personal de que amenazas dañarte físicamente a ti mismo o a otra persona o un juicio personal de que eres incapaz de cuidarte a ti mismo. Nótese que estos criterios son tanto subjetivos como juicios morales de una conducta disidente basados en la observación y en la opinión, no en hechos médicos o científicos. A pesar del hecho de que la enfermedad mental — que en mi opinión es una metáfora de la disidencia — nunca ha sido oficialmente clasificada como una enfermedad médica, sólo los médicos están legalmente autorizados para hacer estos pronunciamientos no médicos y juicios fatídicos.

En Ontario, cualquier doctor puede firmar una forma de internamiento para forzar a un individuo a ser encerrado en cualquier servicio siquiátrico las primeras setenta y dos horas para su observación y evaluación. Otros dos doctores pueden firmar una forma que autoriza encarcelar a ese individuo por otras dos o cuatro semanas. En los últimos años aproximadamente el cincuenta por ciento de las miles de personas tratados en Ontario fueron confinadas a hospitales siquiátricos.

La amenaza o el acontecimiento de perder tu libertad de ser encerrado en un siquiátrico por días o meses es algo terrible. El amparo mínimo o inexistente que actualmente existe en Ontario para estos casos hace del derecho a la apelación una farsa, y sirve para aumentar el temor y la desesperación de la gente. La sola amenaza de ser forzado al tratamiento siquiátrico, así como el tratamiento mismo, puede causar terror — por ejemplo, terror del electroshock, llamado terapia ECT, que en realidad es un lavado electro-convulsivo del cerebro, como le llaman algunos críticos y sobrevivientes como Leonard Frank. Mi cercano amigo Mel me dijo que en una ocasión lo arrastraron varias personas en el pasillo del hospital que conduce al cuarto del electroshock. ¡Ya me imagino su terror y el terror de otros que sufrieron la misma suerte! Yo también sufrí algo similar cuando, a la fuerza, me sometieron a cincuenta shocks de insulina en los 1950s. Para sorpresa de muchos, este tratamiento bárbaro que daña al cerebro y a la memoria no sólo sigue existiendo, sino que se está expandiendo en Canadá y los Estados Unidos. Las víctimas principales de este tratamiento son las mujeres y la gente de edad, especialmente las ancianas.

También existe la amenaza de las drogas siquiátricas, eufemísticamente llamadas "medicinas". Tanto estos químicos como los tranquilizantes menores o antidepresivos y los antipsicóticos como Haldol, Modicate, Torazina y los llamados modificadores del humor como el Litio no son sustancias naturales sino venenos manufacturados, acertadamente llamados neurotoxinas por el siquiatra y crítico de la siquiatría Peter Breggin en varios de sus libros y por Joseph Glenmullenm en su libro Prozac backlash, un instructor de siquiatría en la Escuela Médica de Harvard. Estos químicos no tienen beneficio o valor médico probados. Lo que hacen es controlar o doblegar la conducta problemática o perturbante, el humor y la emoción. Estas toxinas, en particular neurolépticos como Haldol, Modicate o Clorpromazina son tan minusvalidantes, poderosos y temibles que muchos sobrevivientes de la siquiatría y otros críticos les llaman lobotomías o camisas de fuerza químicas. Estas drogas tienen muchos efectos minusvalidantes llamados "efectos secundarios" para minimizar lo que en realidad son, efectos tales como: temblores o movimientos incontrolados en las manos y en otras partes del cuerpo (cosas que ocurre en los trastornos neurológicos como el parkinsonismo o la disquinesia tardía), calambres musculares, visión borrosa, pasearse por ansia, pesadillas, súbitas explosiones de enojo, agitación, pérdida de memoria, desmayos, trastornos en la sangre, ataques epilépticos y muerte repentina. Ahora bien, los así llamados efectos secundarios son el propósito de estas drogas. El temor a las drogas siquiátricas se basa en la ignorancia e incertidumbre porque los siquiatras y los demás doctores omiten informarles a los pacientes de los horribles efectos de estas drogas.

Sin la amenaza de usar la fuerza, el fascismo no existiría. Maquiavelo, Mussolini y Hitler sabían esto. Todos los dictadores, los aspirantes a dictadores y los pendencieros lo saben. Y éste es el caso de la siquiatría. Sin el uso o la amenaza de fuerza la institución siquiátrica moriría: muchos siquiatras se encontrarían desempleados. ¡Ojalá y eso suceda! La siquiatría obtiene su autoridad y poder del estado con el fin de forzar, encarcelar, internar involuntariamente y amenazar a los individuos contra su voluntad.

La legislación de salud mental le da al siquiatra y a los médicos el poder de internar involuntariamente a cualquier persona que, después de sólo unos minutos de examen, ellos "crean" que es peligrosa para sí mismo o para los otros. Esto es algo problemático. La Ley de Salud Mental erróneamente supone que los doctores pueden predecir conductas violentas o peligrosas, algo que en realidad no pueden hacer. Debe señalarse que la ley de Salud mental de Ontario, así como las otras leyes a lo largo de Canadá y Estados Unidos, se encuentran legalmente sancionadas por el estado de usar la fuerza para detener o encarcelar a la gente por lapsos de días, semanas o años. Infortunadamente, nunca ha habido una protesta pública respecto al hecho que la gente juzgada o creída loca o peligrosa, pero sin que se les acuse de un crimen específico, puedan ser encerradas sin juicio legal (aquellos que son acusados de crímenes como asesinato o violación sí tienen derecho a un juicio legal). A esto se le llama detención preventiva: algo ilegal en Canadá y en otros países democráticos, pero legal y común en todos los estados policiacos y países comunistas. En lo personal, no sé de un litigio sobre este internamiento involuntario e inconstitucional: la detención preventiva.

En la siquiatría institucional de los países fascistas, el tratamiento forzado es la regla, no la excepción. El tratamiento forzado y los experimentos médicos tortuosos y terminales infligidos en miles de judíos, gitanos, prisioneros políticos, mujeres y niños fueron realizados en los campos de la muerte durante la segunda guerra mundial a través de los territorios de la Alemania nazi. Actualmente existe evidencia irrefutable que fueron los siquiatras alemanes, especialmente algunos prominentes profesores de siquiatría y jefes de departamentos de siquiatría, los responsables del programa T4: el asesinato masivo de más de doscientos mil pacientes y miles de niños incapacitados y adultos durante el holocausto. El término eutanasia y muerte misericordiosa para designar a este programa asesino es un eufemismo cruel.

Mucha de la siquiatría biologista, que en su mayor parte son conjeturas no probadas acerca de las causas biológicas y genéticas de la esquizofrenia y de otros trastornos mentales, puede rastrearse al siquiatría racista y eugensista del nazi Ernst Rudin, quien propagó el mito que la esquizofrenia es una enfermedad genética. Con otros cientos de siquiatras, Rudin programó el asesinato masivo de los prisioneros siquiátricos. Su trabajo aún se cita en algunos journals de siquiatría, tal como está documentado en el brillante libro de Lenny Lapon Asesinos en batas blancas: genocidio siquiátrico en la Alemania nazi. Lapon declara que varios siquiatras de la era nazi emigraron a Estados Unidos y Canadá y tuvieron éxito en endoctrinar a muchos de sus colegas en sus teorías racistas sobre la enfermedad mental. Heinz Layman, quien emigró a Canadá en 1937, fue el principal responsable para introducir la torazina y la clorpromazina, y propagó el uso de drogas siquiátricas en el Canadá.

Actualmente tenemos una epidemia de daño al cerebro causado por drogas siquiátricas debido parcialmente a Layman y a todos los doctores que les enseñó. En un artículo de 1954 Layman reconoció que la torazina era "un sustituto farmacológico de la lobotomía". A pesar de reconocer públicamente este dato alarmante, Layman nunca lo dejo de usar en muchos pacientes "esquizofrénicos" en el Hospital Douglas de Montreal. Layan también persuadió a Ewen Cameron que administrara clorpromazina y muchas otras drogas, además de cantidades masivas de electroshocks. La clorpromazina, considerada entonces una droga experimental, fue ampliamente usada en los infames experimentos de Cameron para lavarle el cerebro a mucha gente en el Instituto Memorial Allan en los 1950s y 1960s.

Si no hubo consentimiento informado en esos experimentos, tampoco lo hay ahora. En tiempos nazis los doctores no pedían permiso. De acuerdo a la ideología nazi, los sacrificados eran "comedores inútiles" o "sub-humanos". Ésta es la actitud mental que sigue reinando en la siquiatría biologista a lo largo de Norteamérica. Otro legado de la siquiatría de la Alemania nazi fue la amplia aceptación y justificación del abuso para someter a los pacientes rebeldes. En las instituciones siquiátricas los sujetadores físicos como correas, cuerdas, cinturones, esposas para manos y aislamiento solitario son usados no para tratar a la persona, sino para castigarla por desobediente o rebelde. Es el desplante desnudo de fuerza y amenazas contra los pacientes por el personal del hospital lo que se parece a la brutalidad del personal siquiátrico alemán durante el holocausto.

Fraude. Una cita muy pertinente de Leonard Frank, autor de Influencing minds, es ésta: "La mistificación es la defensa de la siquiatría del peligro que la descubran". Muchas de las etiquetas o diagnósticos usados por los siquiatras no se refieren a problemas siquiátricos o a enfermedades reales. El profesor de siquiatría Thomas Szasz ha sacado a la luz el fraude y el mito en el concepto de enfermedad mental en muchos libros, iniciando en el clásico El mito de la enfermedad mental. Esta mistificación es uno de los grandes escándalos científicos de nuestra época. Las palabras en boga en la siquiatría biologista como "antidepresivos" no le ayudan a la gente a vencer su depresión o de entender las causas de la misma. Asimismo, el término "cuarto silencioso" es una expresión fraudulenta de aislamiento solitario, y la palabra "medicación" también es un eufemismo engañoso de algo que en realidad es una sustancia tóxica a la que muchos de nosotros fuimos sometidos.

He tratado de mostrar aquí que la siquiatría institucional y coercitiva tiene una historia fascista y que la siquiatría biologista tal como se practica hoy día en los servicios siquiátricos en Canadá y en los Estados Unidos está basada en el temor, la fuerza y el fraude. La siquiatría no merece el apoyo público o gubernamental. Debemos trabajar para abolir a la siquiatría. También debemos seguir trabajando para crear grupos que promuevan la auto-ayuda, más centros "drop-in" y viviendas más económicas en nuestras comunidades. Necesitamos crear nuestras propias alternativas al monstruoso y maligno sistema de salud mental. Así nuestras vidas estarán bajo nuestro control. Este es nuestro trabajo, nuestro reto y nuestra esperanza.

Copyright 2001 por Don Weitz (usado con permiso)


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